Una tarde, después de su caminata de regreso de ocho kilómetros que todos los días recorría Vlado desde su casa al colegio y viceversa, al llegar a casa como de costumbre fue al establo a visitar a su compañero, pero ese día no lo encontró, sólo estaba la vaca que les daba la leche, salió corriendo a buscarlo llamándolo y silbándole como era su costumbre, sin embargo sus llamados no tuvieron respuesta. Fugazmente se dirigió donde su madre y le preguntó por su amigo, el buey.
Y la madre con lágrimas en los ojos le dijo: "Hijo mío, el dinero no alcanza y las deudas que tenemos acumuladas me han puesto en la obligación de venderlo, unas cuantas monedas nomás me han quedado, peor hubiera sido que nos desalojen de la casa, así que decidí rematarlo en el mercado hoy en la mañana."
Vlado salió corriendo con dirección al mercado, su corazón parecía que iba a explotar por la pena y el esfuerzo que hacia, atravesando montes y quebradas para llegar al mercado del pueblo. Tal fue su sorpresa que al llegar al mercado ya casi estaba vacío, a lo lejos se veía unas pocas cabezas de ganado, así que corrió lo más que pudo; entre el rebaño diviso a su querido amigo, grito con desesperación por su nombre, entre lágrimas y gritos, veía cómo su amigo era llevado al camal amarrado al grupo a punta de palo y patadas.
El buey al escuchar a su amiguito trato de voltear la cabeza pero como estaba amarrada a la de los otros animales por más esfuerzo que hizo no pudo girarla. Sólo se escuchó un fuerte y escalofriante bramido, que a todos los espectadores estremeció. El niño cayó al suelo rendido por el cansancio y casi sin respiración, ahogado por las lágrimas. Era la última despedida en esta vida de dos grandes amigos.
Vlado de regreso a casa, quería encontrar una respuesta a esa injusticia que vivía, su pequeña edad no le hacia comprender muchas cosas de la vida terrestre. Así que decidió ir a preguntarle al Pope, el si me dará una respuesta justa y adecuada a esto, pensó.
Al llegar a la iglesia tocó fuerte la puerta, pero como no abrían, tal fue su desesperación que golpeaba con tanta fuerza que el sacerdote desde a dentro gritó ¡ya voy! y salió medio molesto. Al ver al niño, le dijo:
Porque haces tanta bulla, niño, parecen que te van a matar. Y Vlado le responde: Sí, Pope, por favor ayúdeme, van a matar a mi buey que lo quiero mucho, y lo van a matar para vender su carne y comérselo. Esto no es justo no es de Dios, esto es una salvajada, ayúdeme por favor, grito suplicando.