En 1944, casi al término de la Guerra, Vlado y varios soldados presenciaron un atroz espectáculo. Un niño por pisar una mina fueron destrozadas sus piernas, la madre corrió a socorrer al hijo quien gritaba pidiéndole ayuda. La madre levantó al niño abrazándolo contra su pecho y llorando desesperada, corre hacia el río Moroca, y se tira a las torrentosas aguas, hundiéndose rápidamente debido a los remolinos existentes. Al ver esto los soldados y Vlado deciden limpiar la zona minada, para de esta detectar las minas y retirarlas. Por una impericia de un compañero hace activar una mina, Vlado al no percatarse de este error es herido por un esquirla en la ingle derecha e inmediatamente es llevado al hospital de la zona para operarlo; aquí el mismo relata este acontecimiento:
"Una mañana llegaron dos enfermeros a mi habitación trayendo una camilla y me ordenaron echarme en ella."
"-¿Qué van a hacer conmigo?- les pregunté malhumorado."
"-Llegó su turno-, contestó uno de ellos, sonriéndose."
"-Yo no le tengo miedo a la muerte, así es que llévense esta camilla; iré solo, sin que me transporten como si fuera un costal de harina."
"-Sabemos que eres valiente, pero las reglas del hospital son así, hay que "obedecerla,-respondieron los dos; a la vez. Bajé de la cama y me acomodé en Ja camilla, sin pensar en nada. -Que tengas suerte-, me dijo un joven que se encontraba sentado en su cama. -¡Saluda a San Pedro sí es que lo encuentras en el camino! -agregó un viejo que estaba echado en el suelo. Aquel pobre hombre había perdido la razón en una batalla con los fascistas, y se encontraba en el hospital desde que éste fue recuperado por las tropas de Liberación Nacional. Durante días enteros paseaba por los cuartos, visitando a los heridos, presentándose unas veces como general, otras como comandante y algunas como el Ministro Británico Edén ... ¡Ah! ... y no busques a San Pedro, porque he oído que ios Santos se han rebelado y están formando las guerrillas a favor de los chetnitks (nacionalistas) -agregó levantándose. Todos se rieron en la sala, mientras mis transportadores partieron llevándome a la sala de operaciones."
En la sala designada para operar habían esperándome dos médicos y tres enfermeras. Vestían mandiles blancos y uno de los médicos estaba poniéndose los guantes de jebe.
Me tendieron sobre una mesa angosta y larga, pintada de blanco. Luego, me pusieron una máscara que me tapaba la nariz y la boca.Respire fuerte y cuente, me dijo el médico que se estaba poniendo los guantes. Cuando empecé a respirar, me di cuenta que aquel aparato despedía un olor desagradable que me ahogaba y que lo utilizaban para anestesia quirúrgica. Obedecí al médico y empecé a contar. Conté hasta doscientos. En eso noté que los medicos se ponían intranquilos. Los instrumentos de cirugía los sostenían las enfermeras. Algunas personas que yo no conocía estaban paradas cerca de la pared; vi un reloj de péndulo que oscilaba con monotonía. Me pareció absurdo aquel aparato y cerré los ojos para no mirarlo.